El obseso por las líneas

Cuento publicado en el número dos de la revista literaria Inmóvil.

INMÓVILNARRATIVA

Carlos Barrón Arreola

8/13/20253 min read

Lo conocí hace no mucho, deambulaba siempre por las calles con su cámara fotográfica, no era vistosa, mucho menos una de las que llaman profesionales, era simplemente su compañera. Se le veía por las calles siempre volteando, como buscando algo. No muchos lo entendían, es más, se podría decir que casi nadie.

No era alguien que resaltara, pasaba desapercibido a los ojos de la gente. Los que lo conocíamos sabíamos de su gusto por el café, el tabaco, el whiskey y la ginebra, aunque no le hacía el feo a cualquier otro destilado. Su vestir monocromático combinaba con la noche, nadie sabía nada de su pasado. Rentaba habitaciones baratas de hostales y siempre viajaba ligero, una maleta y una mochila. Sólo se le veía por temporadas, no cambiaba mucho, sólo podías notar las marcas del tiempo en su rostro y cabello cada vez más grisáceo. Siempre acompañado de la señora Deysi, así le decía a su cámara. La señora Deysi ya lucía desmejorada, el tiempo fue implacable con ella, pero nunca había fallado ni causado ningún problema, toda una señorona, como a veces se le escuchaba decirle.

El obseso por

las líneas

Texto y fotografías por: Carlos Barrón Arreola

Para los pocos que cruzamos palabras con él, sabíamos que le molestaba que le pidieran una foto o un retrato. Él sólo lanzaba una especie de pequeño gruñido antes de contestar: luego la luz no es buena. Sin embargo, sabía aprovechar la poca o mucha luz que le pegaba a la arquitectura de la ciudad. Siempre buscaba las líneas de todo, de casas, de caminos, de la naturaleza, de las luces, de las sombras. Las líneas podían ser horizontales, verticales, diagonales, cruzadas, él buscaba todas. Era enfermiza su obsesión por las líneas. Para él las líneas lo eran todo, no había límites. Nunca supe si era verdad eso de que dejó de conducir porque se distraía por voltear al mundo y buscar las líneas que tanto lo obsesionaban. Y al final, fueron las mismas líneas que tanto lo obsesionaron las que acabaron con su vida en la habitación de un hotel de Estocolmo, ¿cómo? No lo supe. Dicen que terminó alcohólico y el centenar de botellas vacías en su cuarto lo confirman. Nadie reclamó los restos, incluyendo una cantidad impresionante de fotos que no salieron a la luz, imágenes que fueron subastadas generando una buena cantidad de coronas suecas, el gobierno se quedó con todo. También encontraron una máquina de escribir y una carpeta de cuero con muchos poemas inconclusos, vestigios de lo que fuera un secreto romance con una escritora de Moscú, de nombre Natasha y un apellido impronunciable, los cuales quedaron bajo resguardo: hay sospechas de espionaje disfrazado de arte. Nadie sabe cómo llegó allá, nunca se encontró su pasaporte ni registro de su llegada.

Él era Simón, del que poco se supo, el que estaba obsesionado con las líneas, del que su arte era muy personal, el que dejó millones para un país del que sólo conoció la vista que tenía desde su habitación, al que sólo se le conoce como el obseso por las líneas. ¿Cómo lo sé? Muy fácil, entre tantas fotografías sólo había un retrato y era de él. Esa foto, yo la tomé.

Carlos Barrón Arreola. Docente en la Licenciatura en Comunicación y Medios de la Universidad Autónoma de Nayarit, explora diversas formas de expresión, incluyendo escritura, fotografía y pintura.