El zángano y la reina

Cuento publicado en el número dos de la revista literaria Inmóvil.

INMÓVILNARRATIVA

Vianney Vitela

8/11/20255 min read

Eva era una mujer delgada y pequeña. Su esposo, Pablo, era un hombre alto y corpulento. Llevaban casados varios años, él la había convencido de dejar su trabajo como maestra y dedicarse únicamente al hogar, con la promesa de pronto tener un bebé al cual atender. Con el tiempo la promesa se postergó, una y otra vez, por un sinfín de pretextos, hasta el momento en que ya no se habló más del asunto. Pero Eva había encontrado la apicultura y se había enamorado perdidamente de las abejas. En el jardín trasero tenía su pequeño apiario con tres colmenas, donde, si se podía, pasaba horas y horas rodeada de sus fieles trabajadoras compañeras. Sus bebés.

El zángano y la reina

Texto e ilustraciones por: Vianey Vitela

Un día, Eva salió al jardín, se puso el gran traje protector, cubrió su cara con el blusón de careta, tomó las herramientas, preparó la mezcla tranquilizadora y la introdujo en el ahumador. Comenzó a soltar el humo sobre las colmenas. Después, ya con las abejas dóciles, pudo sacar uno a uno los cuadros de reserva colmados con ese fluido dulce y ambarino, y, con el cuchillo especial, raspó y arrancó la miel para almacenarla.

Mientras separaba las capas de cera, y la miel goteaba por la hoja del cuchillo, Eva se maravillaba pensando en cómo toda la comunidad de abejas era enamorada por el humo, y las más cegadas hasta volaban hacia su traje y chocaban contra ella, confundidas, sin picar. Hasta en eso son superiores. Además, eran muy organizadas, estructuradas y hasta podían llegar a ser mortales a la hora de defenderse. Mortales para el presunto enemigo, pero también para ellas mismas. Cuando una abeja pica, muere, ya que el aguijón que clava extrae todos sus órganos internos.

Pablo llegó temprano del trabajo y al ver que Eva estaba en el jardín, gritó:

–¡Hey!, ¡ya vente, ya llegué!

Eva forzó su mirada encandilada por el sol y entró a la casa.

–Me ganaste, apenas llevaba una colmena. Saqué poquita jalea real para mi mamá, me gustaría ir a verla –dijo mientras se despojaba del traje.

–Ay, Eva, no, ¿a qué vamos? Tus hermanas nunca se callan, y a mí qué chingados me importa cómo les va en el trabajo o con sus hijos, recuerda que tú no tienes, ni trabajo… ni hijos.

–Pues voy a ver a mi mamá, quedé de llevarle miel.

–A ver, tú y yo tenemos un trato, y yo veo la casita bien cochinita y la comida no está lista.

–La casa está limpia, Pablo.

–¡Ah, bueno!, pues vete, a ver quién te lleva o quién te abre la puerta cuando regreses.

Caminó hacia la entrada y abrió la puerta principal indicándole con la mano que saliera. En eso una abeja aterrizó en el brazo de Pablo y él, alarmado, la aplastó de un manotazo. Eva, aterrada, le gritó.

–¿Qué hiciste?

–Me quiso picar –respondió él en automático.

–No es cierto, Pablo, te estoy viendo y…

–¡Lo que me faltaba! Ahora vas a poner a las alimañas por encima de mí, todos importan más que yo en tu vida.

Eva lo miró como jamás lo había hecho, se acercó y, con el ceño de la ceja casi llegándole a la punta de la nariz, le dijo:

–Esta no te la voy a perdonar.

–Ya, Eva, no seas sentida, tienes un montón más allá afuera –él la tomó del brazo y ella lo retrajo con fuerza.

–Lárgate, pues –dijo Pablo. Eva dio la media vuelta, subió las escaleras, entró al baño y azotó la puerta tras de sí.

Pasaron algunas horas y Eva no bajaba, Pablo pensó que se estaría preparando para una reconciliación vigorosa. Subió las escaleras atizando su deseo con cada paso. Entró al baño en cuclillas, donde encontró a su esposa petrificada, congelada dentro de un líquido viscoso, amarillento y con un aroma enchiloso y penetrante. Desesperado, comenzó a empujarla, trató de arañar sus brazos en busca de alguna reacción, pero no conseguía nada. Molesto, le dijo:

–Todo siempre se tiene que tratar de ti. Te voy dar tiempo para que pienses en lo que me haces con tu actitud –salió con furia y cerró la puerta desde afuera.

Al otro día, con unas flores en la mano, Pablo se recargó fuera del baño y dijo con voz melosa, acaramelada:

–Mi amor, te traje tus favoritas–. Después de unos segundos de silencio, continuó hablando, pero endureciendo un poco la voz. –Mira, chiquita, tú sabes que no me gusta ponerme así, pero tú me orillaste a… Espero que hayas entendido lo que me hiciste pasar anoche dejándome solito en la cama.

Cuando entró nuevamente al baño quedó pasmado. Eva estaba dentro de un capullo gigantesco que permanecía pegado a miles de celdillas hexagonales por donde salían pequeñas abejas que revoloteaban a su alrededor y aquel líquido amarillento que goteaba de techo a suelo como si fuera una pequeña lluvia lenta y pegajosa.

-Ay, Eva, por favor, ¿de verdad vas a seguir con esto? ¡Yo no entiendo esa necesidad tuya de hacerte la víctima! ¡Ponte en mi lugar, carajo!

Sin respuesta alguna, Pablo tiró las flores al suelo y bajó corriendo para volver enseguida.

-Tú sabes cuánto te amo, y por ti haría lo que fuera, pero tú no me ayudas –le dijo sosteniendo el ahumador de colmenas-. Yo no quiero hacer esto porque sé cuánto te costó comprarte esta chingadera, pero es que no me escuchas–. Tomó con una mano el fuelle y con la otra el cilindro y lo partió en dos, lo tiró al suelo y, con los pies, lo aplastó hasta que no quedó más que una hojalata.

Al ver que Eva no reaccionaba, Pablo se aproximó amenazante al inmenso capullo, pero, antes de siquiera tocarlo, las abejas lo rodearon, zumbando al unísono mientras algunas se le clavaban sobre la piel. Pablo respondió con manotazos al aire, mientras sacaba de su bolsillo una navaja, y gritó:

–Yo necesito a mi esposa aquí. ¡Deja de ser tan egoísta, Eva!

Enterró su navaja en la piel del capullo y comenzaron a brotar desde la cavidad litros y litros de miel. Espantado, se aproximó y rasgó con sus manos los restos del capullo. Ya estaba vacío, sólo había polen, mucho polen volatizado sobre su mueca de incomprensión

Vianney Vitela. Licenciada en Comunicación y Medios por parte de la Universidad Autónoma de Nayarit. Especializada en comunicación audiovisual, perspectiva de género e investigación científica. Maestrante en educación con enfoque en tecnología educativa por la Universidad del Valle de México. Sigue el eje de la escritura y comienza a desarrollarse como cuentista dentro de su proyecto personal, a través de diversos talleres dirigidos por los maestros Luis Ventura (2022) y Rodolfo Dagnino (2022-2023). Vitela es parte del colectivo artístico Leonoras: mujeres artistas tomando las calles, en donde explora diversas facetas como acuarelista. Actualmente es docente de la Facultad de Artes Digitales de la Universidad Nueva Galicia.