En mis manos encomiendo mi espíritu
Cuento publicado en el número uno de la revista literaria Inmóvil.
Por: Luis Ventura


En mis manos encomiendo mi espíritu
En mi defensa puedo decir que Maik estaba solo, muy solo, demasiado solo.
La fórmula era simple: calentar, estirar y terminar. En otras palabras: saludar, vender, colgar. Todos conocíamos los pasos, pero nada garantizaba el éxito de la llamada. Con Maik era distinto: empleado del mes por cinco años. ¿Cómo le haces, cabrón?, le pregunté muchas veces. Estoy solo, decía.
Lo cierto es que la mente de Maik estaba distraída, podría decirse que obsesionada. Era la mente de un adicto, pero Maik no fumaba, no bebía, ninguna droga de por medio; de hecho, su alimentación era ejemplar y, aún sin ejercitarse, mantenía buena forma por sus largas caminatas diarias desde su trabajo a casa y viceversa. Él era su propio vicio. Y esto lo había vuelto ese hombre solitario, ese ser pusilánime y apático al que sólo le importaba una cosa: llegar a casa para hacerse el amor.
Todo empezó mucho antes de su acuciante soledad. Después de enjaretarle un paquete premium a un cliente que nada más llamaba porque su módem se desconectó, leyó en Internet un dato curioso sobre Salvador Dalí. Se decía que el pintor practicaba el onanismo todos los días, como una necesidad fisiológica que no excluía de la rutina, tan importante como el café por las mañanas o la siesta. Maik estaba fascinado. Fue a partir de entonces que comenzó a practicar el método daliliano. Todavía mantenía una relación con su última novia, compañera de trabajo a dos monitores de distancia de nosotros en la misma área, de quien no diré el nombre por el respeto que le tengo.
No había nada grave en el emprendimiento de Maik, al menos no me parecía aberrante ni deleznable ni nada por el estilo. Me parecía, eso sí, que sus acciones no estaban acompañadas de alguna justificación. Lo hacía porque sí, o tal vez porque una pulsión desconocida le orillaba a hacerlo, aunque de forma inconsciente. Te la vas a arrancar, le repetí tantas veces, pero Maik sólo reía y se limitaba a decir güey, duermo más agusto y me siento menos estresado.
Pasaron los meses y el asunto me tenía sin cuidado. En una ocasión le pregunté, de pura guasa, si seguía con sus jaladas. Maik se limitó a responder: trescientos sesenta y cinco. Habían pasadodoce meses y el muy cabrón no había dejado un solo día de masturbarse. Si su plan secreto hubiera sido obtener un Record Guinness, pues va, ahí mismo me habría postrado ante sus pies, pero no había, como dije, ninguna justificación, ninguna motivación intrínseca de por medio.
Pero, por más impresionante que fuera su marca, los días felices y esplendorosos de Maik sufrieron la misma suerte del pene que, después de eyacular, se viene abajo. No fue la primera vez que su novia lo descubría con las manos en su miembro, pero sí fue muy clara con él una noche: me vuelvo a dar cuenta de tus cochinadas y esto se acabó. No pasó una semana cuando Maik lo hizo de nuevo. Cabrón, ¿por qué verga lo hiciste?, le dije. Pues por la mía, pendejo, respondió.
Comprendí que Maik estaba obsesionado, que su mente había sufrido una fisura incorregible. Su cerebro trasladó su centro de operaciones a la cabeza inferior y desde ahí comenzó a dominar cada uno de sus pasos. En palabras llanas: ahora pensaba con el pito.
Me gustaría ser más condescendiente con mi amigo. Desde luego no lo juzgo, tampoco creo que fuera un retorcido mental. Cuento esto porque al final alcancé a entenderlo un poco. Hasta cierto punto trascendió a su maestro. Si Dalí lo veía como una necesidad, Maik comenzó a ver su práctica como un acto espiritual. Había en sus acciones un ingrediente muy poderoso: deseo de transcendencia.
De alguna manera, tras su ruptura amorosa, Maik se dejó de jaladas. Quiero decir que no abandonó el camino de Onán, sino que lo asumió como una parte fundamental para superar el duelo y elevar su espíritu. Antes había acompañado sus maniobras fálicas con apoyos visuales: exploró todo el catálogo pornográfico de la web, acudió a sus fantasías más recónditas, probó juguetes y aditamentos especiales para conseguir la mayor excitación.
Pero estaba solo, muy solo, demasiado solo. Llegó a cuestionarse si valía la pena continuar. A Maik casi se lo lleva la verga, literalmente. Resistió a la oscuridad. Superó esta hondura. Tras recuperarse, dio inicio a su etapa mística.
Por un largo tiempo dejó de hablar con todos en el trabajo. El jefe notó su cambio de conducta; imposible ocultar su descenso en el ranking mensual. Buscó una explicación y fue entonces que nos vio: Maik me dirigía la palabra sólo a mí. Par de jotos, murmuró el jefe a nuestra espalda. Desde entonces no dejó de vigilarnos.
Sin embargo, el radical alejamiento social de Maik sólo consiguió acercarlo más consigo mismo. En su casa había prescindido de la mayoría de sus pertenencias materiales. Las vendió, las tiró, no lo sé. En el centro de la estancia dispuso un tapete simple y un par de cojines. Alrededor, en un círculo de fuego, colocó velas, que encendía todas las noches al llegar del trabajo.
Tomaba asiento en posición de loto y, en el más absoluto silencio, Maik cerraba sus ojos, se concentraba en sí mismo, en su potencial, en la fuerza generadora de vida que se irrigaba, parsimoniosamente, en su entrepierna. Sus manos ya no interferían. Cualquier pensamiento soez o lascivo fue expulsado de la fórmula: calienta y estira: nunca más. Estaban solos, él y su erección, que vibraba al ritmo de la respiración y parecía brillar con luz propia. Toda la energía se concentraba en su esfínter y desde ahí viajaba por todo su cuerpo.
Jamás lo vi, pero puedo asegurar que Maik dominó el arte de la levitación. Su cuerpo se suspendía en medio de la sala y después de un rato se colocaba en la posición adecuada para arrojar el semen sobre una plancha de tierra que dispuso sobre el suelo. Terminar. Coitus interruptus. La semilla a la tierra.
Por primera vez en mucho tiempo Maik se ausentó del trabajo. No respondió mis mensajes, llamadas, nada. ¿Dónde vivía? No tenía idea. ¿Familia? Jamás oí que la mencionara. Dos días después de su ausencia, la policía llegó por mí al trabajo. La desaparición de Maik fue denunciada por el jefe, quien me señaló como principal sospechoso. Esos maricones son capaces de todo, dijo.
Cuando catearon la casa de Maik, el lugar casi vacío, las velas consumidas dispuestas en círculo y el montículo de polvo sobre el tapete y las almohadas, dotaron al caso de una gravedad mayor: satanismo. Los medios no se cansaron de fomentar esta versión de los hechos.
¿Qué más puedo decir en mi defensa? Desde la prisión escribo esto como una forma de redención personal, pero también para afirmar en lo que Maik se convirtió. Polvo somos y en polvo nos convertiremos, dicen las sagradas escrituras. Yo digo que somos agua y el Maik se secó.

