Google vs la endeble Memoria
INMÓVILENSAYO
Por: Carlos Tiznado
Google vs la endeble Memoria
Años atrás me propuse respaldar de forma escrupulosa cada una de las fotografías que tomé con cuanto celular con cámara tuve desde el 2009. Hacerlo en respaldos digitales de discos compactos y DVD-s no resultó tarea sencilla: aún hoy siento que muchas de las fotos que hipotéticamente respaldé quedaron perdidas para siempre, ante el embate del tiempo y la humedad en los respaldos digitales que quedaron a expensas de, vaya, la atmósfera.
Pensé, oh, ingenuo, que el compendio general de fotografías y videos sería una tarea mucho más sencilla de lo que en realidad fue. Como resultado encuentro grandes lagunas entre mi respaldo fotográfico de 2010 y 2011, incluso una época en la vida que tristemente referiré como los años perdidos, dado que carezco de fotografías y videos de esa etapa.
Con el advenimiento de la primera continuadora de mi estirpe, la necesidad de documentar cada segundo de su vida me llevó a someter a prueba la tesis con la que comencé este escrito, es decir, tenía que encontrar un aliado indefectible contra los embates de la memoria y la sobrecarga de información en un cerebro que, tras el paso del tiempo, se ha deteriorado.
Y es que, ¿cómo no querer derrotar al tiempo documentando cada una de sus sonrisas? La sonrisa de su nacimiento, ese gesto involuntario que ocurre más por accidente y casualidad que por causalidad. La sonrisa como reflejo que a los pocos meses de vida ilumina de forma ingenua al procreador que, aun a sabiendas de que la composición de ese gesto ocurre como una respuesta física no intencionada y carente por completo de voluntad, irradia una luz incandescente que nunca antes le ha iluminado de tal forma. Al carajo si la sonrisa de la criatura se genera como un acto reflejo: esa sonrisa lo puede todo, lo espera todo, lo ilumina todo: te, o, de, o.
¿Cómo desembarazarme de sus sonrisas? Imposible. Por ello, el papel crucial que la empresa tecnológica representará en mi devenir histórico. Google, te necesito, ayúdame a organizar por completo mis fotografías, permíteme respaldar la mayor cantidad de fotos y videos de forma ilimitada, por el amor de Dios. Necesito acudir con prontitud a tus anales para consultar cada momento de su(s) vida(s).
El problema se agravó con el advenimiento de la continuadora de la estirpe número dos. Ya no sólo eran gigabytes enteros de información los que necesité respaldar respecto a una persona, sino respecto a dos. Afortunadamente, Google ha salido al paso y resulta asombrosa la impresionante cantidad de fotografías y videos (que se cuentan por miles) que en el transcurso de casi tres años me ha permitido respaldar con suficiencia, en auxilio de mi aún más maltrecha memoria. Marcador: Google, doce; la memoria, cero. No es necesario ser pambolero para apreciar la goliza monumental que ello representa.
¿Cuántos de mis bienes serán necesarios para agradecerle a Google sus herramientas que me permiten inmortalizar infinidad de sus sonrisas? A Google le debo sus marcas indelebles, como un aliado absoluto e indefectible en contra de las ambigüedades y traiciones de la memoria, espacio gris que cuando acudes a él te arroja como resultado una foto, un vídeo, ya no un momento que hipotéticamente viviste y atestiguaste de forma directa, sino la marca que, afortunadamente, pudiste grabar en unos cuantos kilobytes.
La memoria es difusa y borrosa, con el paso del tiempo se acentúa ese problema y llegas a un punto en el cual mucho de lo que crees recordar ya tiene sesgos absolutos o lagunas infranqueables. Tristemente queda sólo el capricho de la memoria y lo que nos permite recordar, aún con sus sesgos y su parcialidad, lejos de lo que objetivamente sucedió y que ya resulta imposible de recordar tal cual, no obstante el esfuerzo que pongamos en ello. Con el afán de sonar perfectamente mexicano, considero que la memoria es una culera, nos deja sujetos a sus caprichos dado que lo que queremos atesorar ya no está, se ha borrado y difuminado, mientras que los momentos que con mayor ahínco queremos borrar, permanecen vívidos, intactos y frescos. Pinche memoria.
¿A quién culpar de lo culera que resulta la memoria por no permitirnos atesorar a discreción? ¿Es dable culpar al cerebro como tejido, a sus procesos neuronales-biológicos de sinapsis –o la deficiencia de ellos–? Sería una necedad culpar a nuestro organismo, dado que el proceso de oxidación/envejecimiento resulta invencible. ¿Culpamos, entonces, al cúmulo de información que irremediablemente debemos administrar so pena de no fungir eficientemente en sociedad? La dinámica moderna exige memorizar números de identificación personal de tarjetas bancarias, contraseñas de correos electrónicos, domicilios, teléfonos, datos personales, datos ajenos de la familia o de la pareja, historia, geografía, economía, derecho, política actual, política antigua, política más o menos actual y política más o menos antigua, logros de un club, equipos de fútbol, rutas de camión, todo ello en contexto propio y en contexto ajeno (benditos Facebook e Instagram, aliados primordiales para saber acerca de la vida de fulanito y perenganito) para ser más o menos humanos exitosos en el concierto social/profesional/afectivo.
Luego de todo esto, ¿qué espacio le queda al cerebro, gendarme de la memoria, para atesorar las sonrisas de ellas, sus risas por un gesto estúpido, su olor al despertar y después de bañar, la sensación del contacto de su piel con la mía? Poco o nada, claro está. Por ello mis bienes enteros deberían ser puestos a los pies de los accionistas de Google por permitirme vencer más o menos con elegancia a las vicisitudes de la memoria. Creo firmemente que ni siquiera todos mis bienes serán suficientes para saldar esa deuda. Quizá esa es la razón por la que con docilidad doy click al “sí acepto” cada vez que de un producto nuevo de Google se trata, sin importar los truculentos términos de condiciones que el servicio implique.
Así, creo que he derrotado al tiempo y a la memoria. Me declaro vencedor, como cuando el boxeador que estuvo abajo en la pelea obtiene el favor del jurado dictaminador en lo que parecía una franca derrota. Ganador por decisión dividida, con la cara reventada a puñetazos y los pómulos hinchados de tamaño castigo. Por supuesto, es Google quien me ayuda a levantar mi puño en señal victoriosa, dado que no fueron pocos los momentos de angustia por ser incapaz de acudir a valiosos recuerdos de mi estirpe y tener que acudir al respaldo de Google Fotos para revivir su magia.
No importa que a partir de junio del 2021 el almacenamiento de Google Fotos ya se incluya dentro del espacio de almacenamiento estándar que ofrece la cuenta de Google, a razón de escuetos quince gigabytes de memoria, ya que esas quince unidades de almacenamiento bien valen la totalidad de mis bienes. Por supuesto que lo digo de forma metafórica, malévolos leguleyos.
Google me ha permitido derrotar a la culera Memoria.


Mi tesis es sencilla: he derrotado a la endeble Memoria a través de las herramientas que el gigante de Sillicon Valley provee.

