Nombra
Ensayo publicado en el número uno de la revista literaria Inmóvil
INMÓVILENSAYO


Venía de la que podría señalar como una de las épocas más felices de mi vida, compartía una meta y cada día me sentía más alerta. Regresé a casa y mi peso comenzó a sentirse más como el de una pluma que el de un ser humano. De una mujer. Podía rodear mi dedo medio con el gordo en mi muñeca, abrazarme a mí misma.
Para ese entonces yo tenía un peso, unos labios carnosos, una cintura bien definida y unos ojos muy grandes, aunque ciegos si me quitaba las gafas con las que por milímetros parecían un poco más pequeños, grandes al final de cuentas. El no usar las gafas me dejaba imaginar bienaventuranzas más allá de ver la realidad con ellas puestas. El vacío frente a mí, con el que ponía una mano por delante de los ojos, centrando la vista en mis dedos para volver borroso el fondo, donde escuchaba a mi perro rasguñar la puerta de mi habitación y olfatear por el espacio entre la puerta y el piso, en el que podía oler mi tristeza.
Desolada y de vuelta a clases en línea, con los ojos llorosos y un nudo en el estómago, encendí la webcam de una de las clases que aún tenía que tomar para no atrasarme con la esperada titulación. Es ahí cuando te vi, con esa sonrisa deslumbrante, despreocupada, eras también un ciego como yo, detrás de unos lentes. Quién iba a pensar que solo unos días después, en la charla, compartiríamos el mismo desasosiego. Te nombré en la pantalla de mi portátil miles de veces y así durante algunos meses, en los que cada día estaba más cerca de ti, a pesar de la distancia física que promulgaba el mundo.
Moría de ganas de verte, de ser para ti, estar a un lado de ti y seguir hablando de todo aquello que nos mantenía solitarios en el mundo, pero acompañados el uno del otro. Sin embargo, tenía que tratar de demostrarme satisfecha de frecuentar tu nombre en una pantalla y no escucharte decir el mío a milímetros de mí.
Decir tu nombre una y otra vez con amor durante nuestra relación, y luego decirlo por última vez, dos semanas antes de mi cumpleaños veintiuno, se sintió como un alivio. Después de tres años, a dos semanas de cumplir veinticuatro, tu nombre vuelve a aparecer, como un rugido aterrador que me destempla. Pero ahora, ya no lo susurro con cariño, sino como un grito de denuncia, esperando a que el león se resguarde en su jaula.
Nombra a las personas por lo que son: abusadores, acosadores y violadores. No olvides su nombre, sus apellidos y dónde viven. No olvides el daño que te hicieron: te arrebataron el tiempo, la tranquilidad, tu cuerpo, tu libertad. No olvides su cara, sus movimientos, su ropa, sus ligamentos. No olvides el ritmo de su respiración, el color de sus ojos, sus pies, sus manos abalanzándose sobre ti. Nómbralo, llévalo contigo cuando quieras que se haga justicia, pero, por favor, no dejes que te carcoma la vida. No dejes que su nombre se plasme en tu piel, en tu sueño, en tu mente, en tu aliento, en tu ropa, en tu reflejo. No dejes que su nombre te inunde, no dejes que su nombre te abrume. No permitas que te consuma en las sombras ni en la luz más brillante.
Sé que no es fácil, pues la fuerza de lo que hizo te hace sentir culpable, sucia, muerta. Y por más que luches, su nombre se queda en nuestra puerta, en nuestro cerebro, clavado en lo que vemos cuando miramos un punto fijo. Cuando se supone que vivimos el mejor placer, está ahí: su cara, su nombre, su ropa, su nombre, su pelo, su nombre, su voz, su nombre. Su nombre, su nombre, su nombre. Es hombre, es él, está ahí, junto a ti; está ahí, sobre ti; está ahí, sus manos tocando tu cuerpo, enviando esas fotos. Su nombre, su nombre, es él. ¿Y dónde estás tú? A nadie le importa. Vas, dices su nombre, lo que te hizo, el recuerdo. Su nombre, su nombre junto al tuyo en una hoja que debes firmar para que te crean. Su nombre junto al tuyo, su rostro junto al tuyo otra vez, en ese folder. Lo juntan de nuevo a tu vida. Un día más, un mes más, un año más. ¿Cuándo se supone que debe haber paz?
Y es aquí cuando tu presencia está en el marco de mi puerta, mientras me creo dormida, mientras me siento muerta. Tu presencia en el sol, recorriendo mi cuerpo, cuando solo camino sintiendo mi aliento. Tú en mis pensamientos, la avispa picando mi pecho, dolor tan incierto, temor todo el tiempo. ¿A dónde corro? Te quedaste con mi casa, la calle y mi tranquilidad. ¿A dónde se supone que debo ir si siempre estás en el marco de mi puerta?
Recorro tu nombre por cada letra que compone tu rostro. Me miro en el espejo y sólo veo un germen con tacto perdido en el asiento, el día en que tú tomaste la decisión. Al intentar acabar con mi vida, aprovechaste la oportunidad para hundirme aún más. Tenía miedo de salir, de levantarme de la cama en la que me encadenaste con ideas suicidas. Cuando por fin tomé la idea, con mis dientes, de mirarte a los ojos por primera ocasión, preferiste dejarme en despojo como aquella vez. Aún la recuerdo, cada vez que cierro los ojos y abro las piernas: en la búsqueda de placer, sólo siento el dolor de ti sobre mí. Ahora soy yo quien violenta, la que dice que un cuerpo no es suficientemente proporcionado. Proyecto la amargura del dolor que siento cada vez que me miro.
De cada letra de tu nombre escrito en aquella hoja que promete justicia, espero el día en que pueda verte. Y desde esa distancia, en la que contar esto una y otra vez me acercaba más a ti de nuevo, quiero ver en tus ojos y tu nombre que el muerto ahora no soy yo.
¿Cuánto tiempo se necesita para desintoxicarme de ti? Para que después de toda esta trayectoria de piso de vidrios cortantes, las punzadas de la avispa, el reflejo de arcilla moldeada por ti, ¿deje de sentirte a ti? A ti y a tu nombre, a ti, a ti y a ti. No pensé que, con esto, la peste de tu aliento y las partículas de tu cuerpo me harían sentir como si fuera tú por mucho tiempo. ¿Será que detrás de esa puerta por donde entran muchas personas buscando la paz, yo encuentre la mía? Si lo dejo así, a manos responsables, de las que tardan miles de años en dar una respuesta, ¿voy a sentirme mejor? ¿Voy a dejar de salivar una y otra vez tu nombre sobre un vaso sin fondo?
Nombra
Por: Maggy García

