Ojos abiertos: la eterna mirada hacia la nada

Cuento publicado en el número uno de la revista literaria Inmóvil

INMÓVILNARRATIVA

Albina Amparo

7/17/20253 min read

woman with black hair and blue eyes
woman with black hair and blue eyes

Era la séptima noche en el hospital, estaba cansada y adolorida, con una incisión en el vientre luego de una traumática intervención. Aproveché que escapaba de la vista de la enfermera para levantarme a dar un recorrido.

Había una densa oscuridad, tuve que usar mis manos para no golpear con las camillas. Según recordaba, había en los cubículos vecinos varios pacientes, pero el silencio era tal, que parecía no haber nadie. Reconocí el pasillo entre la negrura, no me alarmé, esperé a caminar otro poco, lentamente como me era posible. Mientras caminaba sentí acelerarse el corazón: me invadió el miedo al sentirme sola. Aunque al principio me escondía de la enfermera para evitar un regaño, comencé a llamarla, primero con cautela y luego con desesperación.

Los latidos de mi corazón resonaban por todo el pasillo. De pronto, la oscuridad no era tan intensa: pude distinguir las formas de los muebles. Sentí un alivio enorme de ver al que me pareció un doctor que venía hacia mí. Lo llamé sin obtener respuesta. Seguía acercándose, pero parecía que no me escuchaba ni me veía ni se percataba que algo no estaba bien dentro del hospital. Cuando pasó junto a mí sentí escalofrío y el miedo se convirtió en angustia.

La oscuridad seguía disipándose. Pude distinguir a dos enfermeras, esta vez no grité para llamarlas, quería, pero no podía pronunciar palabra ni emitir sonido. Tropecé y tiré, accidentalmente, intentando llegar más rápido, una de las mesas, los que parecían instrumentos cayeron haciendo un estruendo que retumbó en medio de aquel silencio. Las enfermeras comenzaron a moverse del sitio en donde se encontraban. Ahora las veía mejor, pensé que ellas también me verían, pero solo caminaron despacio y con una desorientación evidente.

Me dirigí a donde se encontraba mi camilla en busca de respuestas. Pude ver en sus cubículos a los otros pacientes, estaban con los ojos abiertos, sin brillo, apagados; sus cuerpos inmóviles, como si hubieran muerto mirando eternamente a la nada. Sus ojos abiertos me desconcertaban. El escenario era funesto.

Intenté mover a la mujer con la que unas horas antes había sostenido una conversación, estaba en recuperación y yacía entre esas sábanas blancas. Toqué su piel, estaba fría y tensa, lo mismo que la de los demás. Ahora sentía pavor por encontrarme entre esos cuerpos inmóviles y presenciar el lúgubre desfile de los doctores y enfermeras, que en sus pulcros uniformes torpemente se desplazaban, con mirada perdida, poseídos, enajenados. Me resultaba escalofriante imaginar que eran los responsables de tan nauseabunda hazaña.

Sentada a la orilla de mi cama sin entender nada me percaté que la incisión en mi vientre no dejaba de sangrar, tal vez por la caída que sufrí, dejando las sábanas mojadas y el piso teñido de rojo. La sangre corría por mis piernas, entre gotas y chorros llegaba al suelo, convirtiendo aquel olor a alcohol y podrido en un olor a hierro que comenzó a marearme; ya no sentía ningún dolor.

No pensé más. Ya sin esperanza de encontrar ayuda, y sabiendo que no podía llegar muy lejos, me recosté y sentí cómo mi piel comenzaba a ponerse fría como la de los otros pacientes. Un sonido ensordecedor estaba en mi cabeza y luego: nada. Intenté levantar las manos, pero no respondían al movimiento, quise cerrar los ojos y morir con resignación, pero mis ojos abiertos no obedecían; era como si mi cuerpo ya no me perteneciera. No sentí más frío o dolor. No percibí más el olor que antes me molestó. No hubo más miedo. Por mis ojos abiertos sentí cómo salía mi alma.

De pronto, mis pupilas comenzaron a dilatarse. Lejanamente escuché una voz que gritaba: ¡se está desangrando! Con vista borrosa pude distinguir a las enfermeras que se acercaban. Sentí cómo estrujaban mi cuerpo y volví a no saber nada de mí. Mientras perdía el sentido, recuerdo haber pensado: morir no está tan mal.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que supe lo que ocurrió. Jamás me levanté de la camilla, un sangrado post-operatorio ocasionó el delirio del que no podía volver. Nadie murió esa noche, pero ya fuera de peligro mis ojos aún estaban resecos y la sensación de la endurecida y fría piel de los pacientes de al lado aún seguía sintiéndose en mis dedos.

Ojos abiertos

la eterna mirada hacia la nada

Por: Albina Amparo

Albina Amparo: docente de Historia en el nivel Secundaria. Becaria PECDA Nayarit 2023, en la disciplina de literatura, especialidad cuento. Maestra en Derecho Procesal Constitucional por la Universidad Autónoma de Nayarit.