Pagar la renta es habitar la luna

Por: César Pineda

Pagar la renta es habitar la luna

Las cosas suceden a la par de las fases lunares. Primer día del mes: luna nueva, depósito de quincena, rotación sincrónica. "Te dejo los datos para la transferencia”, me repite la rentera, como si hubiera posibilidad de olvidar que la luna está sobre mí. Abro la app del banco, veo mi precarizado salario. Hago la transferencia, me quedo casi en ceros, la luna vuelve a girar y ya tengo por un mes más dónde pasar hambre, un cuarto menguante dónde llorar.

Pero algo había cambiado, la última parte del fenómeno natural había sido alterada. Sin previo aviso la rentera me dijo que el alquiler acababa de subir. Aquella quincena había sido de las más austeras, por no decir que estaba bien jodido. Su explicación fue igual de vacía como mi cuenta bancaria: era con el fin de hacerle remodelaciones al edificio. De inmediato pensé en la maceta que nadie limpia y que los gatos usan de arenero, en las paredes sin pintar, en el portón que no se ha reparado en años. Pensé en mi madre y en las veces que me dijo que no me fuera de la casa, pensé que esos mil pesos no irían a parar en el edificio, sino en la camioneta que se acababa de comprar la rentera. De nuevo pienso en mamá.

No le dije nada a la rentera, por un instante se me ocurrió postergar el depósito, decirle que me esperara, que andaba con serios problemas económicos, que tenía dos gatos que mantener, que tenía una editorial en números rojos, un trabajo espantoso y la firme convicción de dejarlo pronto. Si en la vida adulta hay alguna certeza es precisamente la de que si dejas de pagar la renta, te vas. El alquiler no espera, como no espera la luna para dar la vuelta, porque de pronto te la encuentras en un día soleado; aunque parezca una extraña en el firmamento diurno ella sigue su tránsito. ¿De qué otra forma medimos la independencia si no es por la capacidad de sostener un techo sobre nuestras cabezas? Pienso en mamá y en lo mucho que traté de probarle que podía vivir solo. Pagar la renta quizá sea una ceremonia de la madurez, la prueba que ella necesitaba. Le transferí a la rentera, no sin decir un comentario pasivo-agresivo acerca de que esperaba con júbilo los cambios en el edificio.

Jenaro Gajardo fue un poeta chileno que, en 1954, con asesoría jurídica se declaró dueño de la Luna. Más tarde la ONU dijo lo contrario. Llevo pagando la renta en este lugar por dos años y en cierto modo siento que el espacio es mío. Mi madre y la rentera dicen lo contrario: es tirar el dinero a la basura. Las dos instituciones, tanto lo ONU, como mi madre, me recuerdan siempre que no poseo ningún bien, y así como está la crisis inmobiliaria esto resulta tan imposible como comprar la Luna. No puedo llegar con un Notario, al igual que Jenaro y detallar las medidas de la Luna (en este caso el departamento) su posición en el firmamento (en la ciudad) y reclamar el lugar que habito. Las paredes solo me pertenecen en la medida en que pasa mi sombra por ellas. El lavamanos que tanto me costó cambiar algún día, alguien disfrutará sin sacrificio de su juventud. El color horrendo de la pintura solo puede ser cambiado con autorización y es fecha que no logro cambiar los malos gustos de la rentera. El orden y la adquisición de mis muebles han sido dictados por el tamaño del departamento, una escenografía temporal, un recordatorio de que mi vida nunca termina de instalarse. Este lugar le pertenece a otra persona. Como la Luna que le pertenece a Estados Unidos después de ganar la carrera espacial, digo, que le pertenece a todo el mundo según la ONU.

Con la crisis económica actual, y con la crisis económica que yo vivo, me pregunto si incluso mis muebles ya comienzan a sospechar de una próxima mudanza. Ya por el simple hecho de estar en mi departamento parecen ser conscientes de su destino. El sofá no combina, la cocina es una parrilla improvisada sobre una mesa que compré en Home Depot. Libros que aún siguen guardados, y un montón de cajas apiladas bajo la cama por si algún día llega el momento de irme. Rentar no es tener un hogar, es una pausa entre contratos de seis meses con aval y un depósito de dos meses que no voy a recuperar porque hay que reparar los daños causados por mi existencia. Como si las averías fueran provocadas por mí y no por el poco mantenimiento que se les ha dado a las mangueras del grifo y a los contactos de luz.

La renta subió, pero al menos tengo dónde morirme un rato. Pensé en hacer esto como si fuera una especie de cuento, mi oficio de escritor me lo pedía. Alguien se muere, pero la renta está domiciliada a su tarjeta de crédito, así que la renta se sigue pagando. Nadie nota su muerte. La rentera sigue recibiendo su depósito. Los vecinos no sospechan porque aquella persona prefería no saludar mucho y su nombre a duras penas lo sabían. Solo tenían certeza de que vivía con gatos por los maullidos nocturnos de los que tanto se quejaban. Un día los demás inquilinos escuchan mucho ruido, parecía una gran fiesta en el departamento de esta persona. Un hombre manda a su hijo para que le diga al vecino que le baje al desmadre. El niño le dice al padre que le abrió la puerta un gato y le dijo que no molestara. El hombre regaña a su hijo por su imaginación tan estúpida, pero no hace nada. Las horas pasan y la fiesta parece no tener fin. Un grupo de vecinos deciden encarar al inquilino. Quienes les abren son todo el montón de gatos de la cuadra dándose un festín con la persona.

La renta subió y esa noticia me tomó por sorpresa. Queda solo mi consuelo de que la literatura lleva siempre consigo un presagio oculto. Quizá un día muera aquí o en otro departamento y mis gatos celebrarán su festín. La rentera seguirá recibiendo depósitos de una tarjeta de crédito sobregirada. Quizás por fin logre lo que Jenaro Gajardo no pudo: convertirme en dueño de algún lugar, no de nombre ni por un papel notariado, sino porque el tiempo habrá de quedarse conmigo. Pagar la renta se siente como habitar la Luna: es nuestra hasta que notamos que hay una bandera hondeando tranquilamente en el paraíso lunar, recordándonos que nada nos pertenece.