Queta Navagómez

Juntapalabras #4 - Poeta, cuentista y novelista nayarita. Queta Navagómez es una de las protagonistas de la literatura mexicana contemporánea. En esta entrevista para Juntapalabras, nos comparte un recorrido de años a lo largo de toda su obra publicada, un recorrido en el que Diógenes Laredo se permite preguntar por los momentos más significativos de su carrera literaria.

Por: Diógenes Laredo

6/24/20259 min read

Tuve el honor de entrevistar a Queta Navagómez, de quien soy gran admirador. Le planteé diez preguntas y le pedí que eligiera cinco para que navegara con libertad entre sus experiencias, procesos y memoria. Te invito a recorrer la carrera de una de las escritoras nayaritas que se ha consolidado como uno los principales referentes a nivel nacional.

Diógenes Laredo: ¿Cómo influye tu origen nayarita y tu vida en la Ciudad de México en tu escritura, especialmente en la construcción de escenarios y personajes?

Queta Navagómez: Nayarit influye a partir de la nostalgia. Para mí fue muy doloroso el momento en que mis padres se separaron y mi madre, muy herida y cargando con cuatro hijos, se vino a la Ciudad de México. Yo iba a cumplir ocho años. Lloré para que mamá no me llevara, forcejeé, me trepé a un árbol de mango altísimo y juré no bajarme… Sin embargo, acabé acá, en la Ciudad de México, viviendo una infancia triste, añorando colores encendidos, el sabor de los nanches, el olor de los mangos, el silbato agudo de la fábrica y los árboles del huerto. En la adolescencia, Bellavista vivía en mí, junto con una angustiosa necesidad de volver a caminar por los sitios donde jugué, corrí, reí y canté. No me gustaba la Ciudad de México, menos cuando veía a mi madre con una enfermedad que la llevó a la muerte.

Una vez que vi en el Zócalo de la Ciudad de México a un wixárika, lo asocié a Nayarit. Los había visto en Tepic muchas veces. De ahí me dio por documentarme sobre la cultura wixárika y la primera novela que escribí fue Tukari Temai, el hacedor de lluvias, que trata sobre costumbres de wixárikas. De ahí siguió El tigre del Nayar, que trata sobre la vida de Manuel Lozada. Después escribí Huichol, la rebelión del Máscara de Oro, que trata sobre la rebelión del indio Mariano. Mi más reciente novela publicada es El rey Nayarit: sobre la vida y leyenda del Rey Nayar. Tengo otra novela inédita sobre Nayarit, pero no puedo dar el nombre porque está esperando dictamen de publicación.

La Ciudad de México da muchas posibilidades de escenarios y personajes. Basta entrar a los barrios populares, a las zonas privilegiadas, a las colonias peligrosas y a los sitios históricos, para que puedas construir el medio ambiente que necesitas y el lugar donde se mueva tu personaje.

Nayarit sigue siendo mi inspiración, ese amor me ha permitido escribir, en poesía, Canto para desplegar las alas de los niños pájaro, basada en costumbres para los niños wixárikas. Este poemario fue ganador del Premio Nacional Bienal Alí Chumacero 2003-2004. Otro poemario, basado en mi nostalgia por Nayarit, se llama Raíces de mangle, que ganó el Premio Nacional de Poesía del Pitic, en Sonora, 2009. En cuento Purificación, basado en una ceremonia wixárika, ganó el Premio Nacional Álica de Nayarit en 1995. Se adaptó un cortometraje en 2005 con el nombre La voz de las cigarras. En 2006 ganó una Diosa de Plata al mejor cortometraje.

Diógenes Laredo: En tu novela El rey Nayarit, rescatas un pasado indígena muchas veces ignorado. ¿Qué te llevó a abordar este periodo histórico y cómo fue el proceso de investigación para darle vida a esta obra?

Queta Navagómez: Además de El rey Nayarit, tengo otras cuatro novelas históricas en las que rescato el pasado de nuestra tierra. La primera surgió de un encuentro casi humorístico: yo tenía 15 años cuando, caminando por el Zócalo de la Ciudad de México, me encontré a un huichol con toda su indumentaria. Fue como un flachazo, la mente voló a la infancia, algo se me sacudió adentro. Quise preguntarle por Tepic, por Bellavista. Me acerqué, lo toqué. Eran tantas emociones, que me quedé sin voz. Él siguió caminando y fui tras él. Cuando volteaba me descubría siguiéndolo. Mi obsesión le dio miedo. Aceleró el paso, trotó, corrió y yo tras él. Corriendo, casi llegamos a La Merced, donde lo perdí entre el gentío. En casa, presumí a mis hermanos que había visto a alguien de Nayarit. Ahí nació mi interés. Cada que podía, pasaba a la biblioteca del Museo de Antropología, a pedir libros sobre wixárikas. Con los años noté que sabía mucho sobre el tema. Escribí mi primera novela histórica: Tukari Temai, el hacedor de lluvias, llamada en su segunda edición La danza de la lluvia. Trata sobre un niño wixárika que, desde que tiene uso de razón, desea ser maraakame, el guía espiritual, el cantador, el curandero de su comunidad y de todos los esfuerzos que hace para lograrlo.

Después empecé a documentarme sobre la vida de Manuel Lozada. La verdad, yo buscaba al bandido del que mamá me contaba leyendas, pero encontré al líder, al defensor de las tierras de las comunidades indígenas. Tardé seis años en documentarme. Escribí sobre él con respeto y admiración, El tigre del Nayar, que ganó el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero 2008.

Después escribí Huichol, la rebelión del Máscara de Oro, que es la rebelión del indio Mariano. Una tarde, en la Biblioteca Magna de la UAN encontré los tres tomos de La rebelión del indio Mariano, del cronista de Guadalajara: Juan López. En estos tomos están los procesos jurídicos de más de trescientos indios que, creyendo el mito de que llegaría un indio con máscara de oro para liberarlos del yugo español, pretendieron desconocer al Rey, al Virrey y a todas las autoridades de la Nueva España, para coronar a su rey indio. De esas lecturas surgió Huichol, la rebelión del Máscara de Oro, publicada en 2010.

Luego escribí El rey Nayarit, que trata sobre la conquista de los nayares, coras o náayarite que habitaban la Sierra del Nayar, del juicio que el Santo Oficio le hace al esqueleto del Rey Nayar. Tuve que estudiar mitos, leyendas, creencias de los nayares, leer más de cincuenta fuentes. No fue fácil, pero sí emocionante. Me apasiona ir descubriendo periodos de la historia nayarita y dejarlos en manos de los lectores. Esta novela me costó siete años, entre investigación y escritura.

Tengo una nueva novela histórica sobre otro personaje nayarita, pero está en dictamen para publicación y por eso no puedo decir su nombre. Además, estoy escribiendo otra más sobre Nayarit, de la que no daré datos sino hasta terminarla.

Diógenes Laredo: Tu obra abarca desde la minificción hasta la poesía y la novela histórica. ¿Cómo decides qué género utilizar para contar una historia determinada?

Queta Navagómez: Manejo cuatro géneros: minificción, cuento, poesía y novela histórica. Inicié con poesía. Se la debo a mamá, que nos leía poemas o novelas antes de dormir y alentó en sus cuatro hijos el amor por los libros. Esperábamos a que fuera hora de acostarnos para que mamá leyera un capítulo más de una novela. De esa manera nos hizo amar la lectura. En septiembre nos entregaban los libros de texto gratuitos. En cuanto me los daban, buscaba el de español, por los poemas. Era leerlos hasta aprendérmelos. Ya aprendidos: recitarlos mientras ayudaba en el quehacer en la casa. Mi madre, al notar mi gusto por los poemas empezó a regalármelos en cumpleaños, o cuando sacaba buenas calificaciones. Por las antologías que me regaló conocí a poetas mexicanos y de toda Latinoamérica. Mamá enseñó a sus cuatro hijos a declamar. Nos volvimos los declamadores oficiales de la primaria.

En la secundaria conocí el cuento. El primer libro de cuentos que leí fue El llano en llamas, de Juan Rulfo, en especial un cuento “Diles que no me maten”, que me mantuvo impactada por días. En cuanto tocaban la chicharra del recreo, yo corría a la biblioteca de la secundaria para leer más cuentos de Rulfo. Cuando los acabé vinieron los de Edmundo Valadés, Francisco Rojas González, B. Traven, Ramón Rubín, Rosario Castellanos… Con todos ellos me sumergí en el México rural, que tanto ha influido en mis escritos.

Ya siendo profesora de educación física y trabajando en escuela primaria conocí la minificción. En una ocasión, un maestro de grupo me regaló la revista “El Cuento” donde también venían minificciones y me retó a leerlas y escribir una para mandarla al concurso permanente de minificciones que tenía la revista. Acepté el reto. Al leer la revista entendí cómo se escribía una minificción y escribí cuatro. El maestro me animó a que participara. Mandé una y gané el concurso, que era internacional: participaba toda Latinoamérica. Luego mandé otra y volví a ganar. Entendí que tenía habilidad para la minificción y sigo escribiéndolas. En mi más reciente libro: BREVÍSSSIMO, figuras retóricas en la minificción, publiqué ciento setenta de ellas.

Respecto a la novela histórica, me proporciona mucha satisfacción inspirarme en personajes nayaritas. Me apasiona la historia de Nayarit, sus paisajes, sus realidades, sus mitos. Cuando empiezo a leer sobre un protagonista que me parece interesante, me nace la fiebre de documentarme, conocer todos los detalles posibles sobre su vida, para poder ofrecerle al lector un personaje de carne y hueso.

Y contestando a la pregunta sobre cómo decido qué género utilizar para contar una historia determinada, yo no la elijo: el género me escoge a mí. Cuando me encuentro con un acontecimiento que me impacta, éste empieza a surgir a veces como poema, otras como cuento, como minificción, o se forma en la larga fila de mis proyectos para novela histórica.

Diógenes Laredo: Como escritora con una trayectoria diversa, ¿qué momentos consideras clave en tu carrera literaria hasta ahora?

Queta Navagómez: Un momento clave como escritora se dio en 1995. Yo ya escribía cuentos siguiendo mi intuición. Tenía ganas de entrar a un taller literario y aprender técnicas para escribir bien. Entré al taller de cuento de la maestra Graciela Serna Grijalba. Llevaba algunas clases en él, cuando vi la convocatoria de la Revista Marie Claire: “Escribe tus vivencias y gánate un viaje a París”. Eso me motivó. Yo ya había escrito un cuento, (“Yo, la distraída”) a partir de una historia que me contó una prostituta cuando yo iba en secundaria. Revisé el texto muchísimas veces; agregué, quité, corregí, lo envié. Meses después me notificaron que yo era la ganadora: de mil seis historias la mía era la elegida. Me había ganado el viaje a París para dos personas y diez mil dólares. ¡No podía creerlo! Hice los trámites del permiso en el sindicato y le avisé a la directora de la escuela en donde trabajaba que me iba a ausentar dos semanas de la escuela. Le conté lo del premio y le dije que no entendía por qué yo había ganado si apenas empezaba a escribir. Es porque tienes un don para escribir, me dijo. Cuando estaba en París, acompañada por uno de mis hijos, mirando la ciudad, el Río Sena y todas las maravillas que apreciaba desde arriba, agradecí a Dios esa oportunidad. ¿Cómo se agradece un don?, me pregunté. ¡Trabajándolo!, me contesté. Regresé a México con el firme propósito de tomar talleres literarios, leer mucho, buscar teoría del cuento y, sobre todo, con la férrea decisión de ser escritora. Ahí nació Queta Navagómez.

Otro momento importantísimo de mi vida literaria es cuando fui nombrada “Protagonista de la Literatura mexicana”. No lo esperaba. Cuando recibí la llamada de Bellas Artes en la que me decían que me harían un homenaje porque consideraban mis letras como una aportación importante en la literatura mexicana, agradecí la intención. Fue hasta que me puse a reflexionar en la importancia del reconocimiento que me sentí nerviosa. Después, cuando el homenaje se llevó a cabo y vi llena la sala Manuel M. Ponce, entendí que todo aquello era fruto de mi trabajo de casi treinta años. Sentí la satisfacción, pero también el compromiso que el homenaje implicaba.

Otro momento importante en mi vida literaria, es haber ganado la Medalla al Mérito Artístico Nayarita 2024, convocada por el CECAN. Estaba en un encuentro literario en La Paz, Baja California, cuando me notificaron. Se me olvidó el mundo y el encuentro y salí a caminar: la emoción era tan fuerte que el corazón latía a mil por hora. Salí a caminar, a respirar, a tranquilizarme, a agradecer al universo la inmensa felicidad que agitaba todo mi cuerpo.

En general, cada vez que me gano un concurso o un reconocimiento, ese tiempo se vuelve clave: se convierte en una nueva motivación para seguir en un oficio que me llena de satisfacción.

Diógenes Laredo: La minificción requiere una síntesis extrema del lenguaje. ¿Cuál es tu proceso creativo al enfrentarte a un texto tan breve pero significativo?

Queta Navagómez: Para mí, escribir minificción es algo divertido, lo disfruto mucho. Le debo al maestro Edmundo Valadés todo lo que sé sobre el tema. Con la revista “El cuento”, revista de imaginación, le dio impulso en toda Latinoamérica. Tuve la fortuna de ser su alumna y aprendí muchísimo de él. Una tarde nos enseñó una dinámica: “Qué pasaría si…” se trataba de que te hicieras una pregunta: ¿Qué pasaría si... lloviera café, o Caperucita fuera blanca o Pinocho se enamorara o Blanca Nieves no se comiera la manzana envenenada? Desde entonces uso esta dinámica, que ayuda mucho porque con ella ya tienes el cuento o el final del cuento y sólo falta rellenar lo de en medio para tener la historia completa. Esta dinámica me ha permitido escribir muchísimas minificciones con final sorpresivo, que he incluido en mis libros de cuento. Tengo muchas sin publicar, aunque en el libro BREVÍSSSIMO, figuras retóricas en la minificción pude colocar ciento setenta de ellas.

Timeline de la carrera literaria de Queta Navagómez: